Nunca me han interesado las banderas, desde pequeño he
considerado que la tierra es un regalo y cualquier frontera una herida, pero no
puedo dejar de sorprenderme cuando hasta en sus sacrosantas fronteras tienen distinta
altura según quien las intenta traspasar. Se hacen infinitas en los montes de
Ceuta y apenas miden unos centímetros para aquellos extranjeros que compren una
vivienda o inviertan en deuda pública española 2 millones de euros.
Poner precio a poder vivir en España siendo extranjero y sin
tener que preocuparte de las redadas racistas ni de enfermar de tuberculosis
demuestra lo que a nuestro gobierno le importan las personas, no los de aquí o
los de allí, sino las personas, le importan en la medida en que sus bolsillos
están llenos de dinero, no me extraña que hayan suprimido educación para la
ciudadanía, ciudadanía es un concepto que no entra en su cabeza.
Eres ciudadano si compras o inviertes, si solo trabajas eras
mano de obra y como tal eres prescindible cuando no produces, no hace falta que
estés sano sino hay trabajo donde invertir tanta salud.
Este criterio es el mismo que usan para reducir las becas
universitarias, subir las tasas de las escuelas infantiles, suprimir las becas
de comedor en la escuela…
Maldito país el que pone precio a su ciudadanía, corruptos
los gobernantes que intentan vender dignidad y libertad, recuerden que la
libertad no se compra se conquista.
Malditos los que tejen una alfombra roja al dinero y desean
que las olas del mar terminen con el presente de los que vienen en búsqueda de
oportunidades.
Y mientras tanto criminalizan la hospitalidad, mantienen los
CIE con torturas incluidas y deportaciones urgentes al que osa presentar
denuncia en los juzgados, condenan a muerte al restringir el derecho a la
atención sanitaria… y si todo esto lo superas y logras tu permiso de residencia
y trabajo después de vivir tres años del aire y esperar un año más hasta que el
gobierno resuelve la solicitud entonces conquistas las condiciones laborales de
los pobres, jornadas en hostelería de 66 horas por 900 euros mensuales o
salarios de 16 euros por una jornada recolectando ajos, ambos casos reales que
vivimos en mi familia en esta última semana.
Mi única bandera el viento insumiso.